Parada. Reanimación. Parada. Reanimación. Parada...
Así, toda una larguísima mañana, entre la UCI neonatal y la sala donde esperaba la familia.
No pudo ser.
Se fue.
Se fue, y luego acompañé al cuerpecito, bellísimo en su palidez y su dulzura, a los brazos de sus padres, y acompañé, por unas horas, a esos padres, en el camino de un dolor para el que no hay posible descripción ajustada.
Tenía veinte días.
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