Me duelen el cinismo, la descalificación fácil, la degradación gratuíta.
Me duele la falta de sentido y de amor que encuentro en mucho discurso orgulloso y estéril.
Creo que, hoy más que nunca, hemos de poner cuidado en el verbo, en la actitud y en la acción.
Que no podemos permitirnos sumar desamor ni crueldad al desamor y la crueldad que están pugnando por ganar nuestro mundo.
Escribir es un don. Y ese don, como todos, ha de ser valorado, respetado y utilizado como servicio.
Porque el verbo es creador. Y porque necesitamos su capacidad de transformación, en la sencillez y la humildad.
Por eso, cuando lo veo despreciado o, directamente, mal empleado, me parece... inmoral.
Nuestro mundo está hambriento de ternura. Como decía Powels, citando a un anciano militante, necesitamos empapar de amor las pesadas masas de materia, hasta humanizar, a fuerza de tesón y de verdad, este terrilble tiempo nuestro.
Vivimos, vivo demasiado cerca del sufrimiento de demasiada gente como para aceptar sin dolor que se añada frío al frío.
Amo la palabra por aquéllo a lo que apunta y por aquéllo que puede hacee nacer.
Porque, como dice Celaya en el poema que a continuación trascribo, "es un arma cargada de futuro".
Que sepamos respetar la palabra.
Que la usemos con amor y verdad.
LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia, fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio, como mágica evidencia, lo real se nos convierte en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando. Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo. Me siento un ingeniero del verso y un obrero que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego. Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto. Es algo como el aire que todos respiramos y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Gabriel Celaya
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