Esta noche pasada, se me amontonaban los sueños.
Y, tras cada uno, algo me despertaba, el sentido del deber me llevaba a escribirlo (por la cosa del inminente análisis), me dormía de nuevo y vuelta a empezar.
Al fin, y dado que las manecillas del reloj avanzaban inexorablemente hacia las seis y media, hora fatídica del levantar cotidiano, me he dirigido muy seria al inconsciente y le he pedido que resuma lo importante en un solo sueño, o dos o tres de ellos, como mucho, que yo trabajo y necesito dormir.
Lo curioso es que parece haberme hecho caso. Me ha dejado en paz hasta que ha sonado la alarma del despertador, he consignado convenientemente la última secuencia onírica y he salido zumbando para la ducha.
Cosas veredes.
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