Un bebé de 800 gramos en una incubadora.
Empujado de hoz y coz a un mundo para sobrevivir en el cual le falta tanto -tantísimo- para estar preparado.
Lo contemplo, abrumadoramente minúsculo e inmaduro en su universo cerrado de cristal, y me pregunto si sobrevivirá.
Y, si lo consigue, si consigue sobrevivir, qué secuelas le dejará lo apresurado de su entrada en esta vida humana, tan despiadada y difícil.
También para la gente pequeñita e indefensa.
Sobre todo, para la gente pequeñita e indefensa.
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