martes, 12 de febrero de 2013

El viento del invierno

El viento
del invierno
se ha posado sobre la ciudad.

Sus dedos
largos
y flexibles
arañan
las aceras,

se introducen
en los recovecos,

juegan
a montar corros
con hojas muertas
y papeles
viejos.

El viento
ha desterrado a las palomas,
que se arrebujan en los alfeizares,

ha desterrado
niños de los parques,

chicos y chicas
de alamedas y bancos
propicios para el beso.

Ha venido para quedarse,
el viento.

Ha venido
para cercar la casa,

para colarse por la chimenea
y aventar las cenizas
de un fuego
apenas convertido en rescoldo,
apenas rojo
de brasas moribundas.

El viento
sopla sobre camas
y corazones,

sobre habitaciones
y alcobas
que se han ido quedando solas.

Es amigo de la soledad,
el viento.

Es amigo
de días que se fueron,
de mañanas inciertos,

de vida
dudosamente nueva
que no termina de tomar materia,
cuerpo,
circunstancia,
forma definida.

Es amigo, el viento,
de una soledad que se impone,

erosiva
de construcciones para nunca,

de vidas
que van dejando de vivirse,

de ventanas
abiertas al vacío.

Se llama soledad,
el viento,

la soledad
que queda
cuando no queda nada,

cuando ha volado,
con el viento,

todo lo susceptible
de mudar.

A.S.


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