Hubiera deseado
una respuesta
para cada pregunta.
Hubiera deseado
un sentido
para cada tropiezo,
para cada fracaso,
para cada ruptura
del corazón.
Una vida
como había soñado, niño,
como había querido
con toda el ser.
Hubiera deseado
compartir
cada tristeza,
cada descubrimiento,
cada segundo
de maravilla,
cada minuto
de anhelo
ciego
o de terror
profundo.
Una vida
como la había planeado, niño,
como la había imaginado
en la inocencia.
Hubiera deseado
fundir el alma
con la carne,
la sed con el encuentro,
la oscuridad ardiente
con el milagro.
Una aventura
de libertad y fuego,
de días largos
y misterio infinito.
Así pensaba que sería, niño.
Así buscaba mi mirada
cada horizonte.
Pero las cosas
han sido diferentes.
Esas cosas que tienen
su propia idea,
su propia forma
de torcer los caminos.
En verdad, no me quejo,
o no me quejo demasiado.
He recorrido más paisajes
de los que imaginé que podría,
los paisajes
de los seres humanos,
los paisajes hermosos y terribles,
saturados
de la desesperanza del desierto
y el caos fulgurante
de la sorpresa.
Pero las cosas
han ido a su manera.
Las cosas
han llegado con demasiada muerte,
con demasiada soledad
y demasiada herida.
No sólo, niño,
pero sí demasiado
para mi gusto.
Y Dios
no se ha dignado a responder
cuando era necesario.
A.S.
Conmovedor, Amelia.
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