La chica era morena, esbelta y fina, toda ella alargada y joven, en su basta túnica de arpillera gastada, sujeta por una cuerda a la cintura increíblemente breve.
Caminaba por el mercado de la aldea, lleno de gritos y de gente, pero en realidad, caminaba sola, envuelta en un silencio grave, por un espacio que sólo a ella pertenecía.
La chica tenía los ojos verde agua, claros, inmensos, fijos.
Como el gato negro que llevaba en brazos.
(Amelia de Sola: Leyendas apócrifas)
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