Paseaba el joven Deng Piao por el jardín de la casa paterna, anticipando, alegre, la esperada ceremonia de su boda, a celebrar al alba del siguiente día, con la hermosa muchacha de ojos almendrados elegida para él por sus honorables progenitores.
En su imaginación inocente, ensoñaba en poéticos encuentros y dulces intimidades con la bella, sin atreverse, sin embargo, a tocar, ni aún con la mano sutil de la mente, el acercamiento necesario a un marido en el que había sido instruido por su preceptor hacía pocas lunas.
En estos sencillos pensamientos andaba Deng Piao cuando recayó su mirada, por funesta casualidad, sobre el esplendor de una rosa madura, entre cuyos matizados pétalos una pareja de mantis color esmeralda se entregaba al amor. Y sus pupilas se dilataron hasta convertir los iris en dos anillos oscuros, cuando observó, horrorizado, cómo la cabeza del macho desaparecía, sin aparente resistencia, entre las implacables mandíbulas de la hembra.
A la mañana siguiente, cuando, el cielo aún cuajado de las estrellas de la primavera, la anciana nodriza fue a despertar a Deng Piao, a fin de amorosamente vestirlo y prepararlo para el gran acontecimiento, encontró un lecho vacío, frío hacía ya horas, y sus gritos angustiados hicieron acudir a los honorables padres del muchacho.
En cuanto a la joven desposada, su delicado natural no pudo resistir la humillación de tan inesperado abandono, y se cuenta en la región que afeitó su larga cabellera de seda y tomó refugio de por vida en un monasterio lejano.
(Amelia de Sola: Leyendas apócrifas)
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