Cuando el joven (pero riquísimo) Sir Archibald Cunningham cerró los ojos de su amada, se sumió en una profunda depresión de la que ni los más afamados psiquiatras y psicólogos del Reino Unido conseguían sacarle.
Sus preocupados administradores (preocupados porque, según su testamento, los herederos universales del aristócrata eran una larga serie de ONGs e instituciones de parecido cariz, y por ende, temían, caso de morir de pena el mozo, quedarse sin nada que administrar) decidieron convocar, a través de las redes sociales, un concurso de ideas cuyo objetivo sería volver a interesar por la vida a Sir Archibald.
El premio (consistente en una beca para estudiar Business en el M.I.T) fue ganado por una desconocida adolescente brasileña, cuya idea logró, no sólo sacar de su sopor al hasta entonces atribulado caballero, sino incluso arrancarle algunas sonrisas, tocadas de un matiz de lo que no puede ser denominado otra cosa que picardía, a decir de quienes tuvieron la oportunidad de observarlas.
La puesta en práctica de la idea de la brillante chica carioca (hoy por hoy una exitosa mujer de negocios en Río de Janeiro) comportó no pocas dificultades, pero finalmente, tras dos años de retirada de los círculos sociales, Sir Archibald volvió a presentarse en su selectísimo ambiente convertido en la joven y encantadora Lady Balda Cunningham.
La propia soberana británica ha recibido en numerosas ocasiones a la recién estrenada muchacha, y según las revistas del corazón más dignas de crédito, los hijos de las encumbradas familias de las Islas se disputan con denuedo su mano, inundándola de propuestas matrimoniales a las que Lady Balda ha respondido hasta ahora con una pertinaz negativa.
(Amelia de Sola: Leyendas apócrifas)
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