Cuando el honorable Wu Li supo llegada la hora de morir, compuso con cuidado su último poema y lo depositó delicadamente en la Nube de Jade, artístico nombre con el que las personas de su país acostumbraban a referirse al disco duro de sus ordenadores.
Lamentablemente, esa noche hubo una importante subida de tensión eléctrica, y la mayoría de las Nubes de Jade de la provincia, incapaces de resistir la acometida de tanto voltaje, se deshicieron como los cendales de la niebla al sol.
Nunca ya nadie podrá saber, en toda la extensión de los tiempos, qué fue lo que Wu Li sintió ante la muerte.
(Amelia de Sola: Leyendas apócrifas)
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