Trabajar en algo que me importa es una bendición.
Todo trabajo es, puede ser sagrado en trance de servicio, de entrega y ejercicio de los dones con que se nos dotó.
Y el mío impone en pura evidencia la necesidad -y mi necesidad- de ponerme entera en lo que hago en cada entrevista, en cada momento de escucha, en cada acompañar y validar.
Fuente de servicio, de crecimiento, de aprendizaje y de pura maravilla ante la desnudez y el temple del espíritu humano en los límites del sufrimiento, la pérdida y la muerte, es uno de mis ámbitos más exigentes de maduración y esfuerzo interior, de apertura creciente y capacidad de amar y acoger y, sí, también de soltar cuando es, como es tantas y tantas veces, necesario.
Es un oficio antiguo, antiguo y hermoso, y yo me siento agradecida de la oportunida de oficiarlo, día a día, lo mejor que sé (lo mejor que soy).
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