lunes, 10 de junio de 2013

Lo mejor que puede

Cuando las cartas
vienen
mal dadas
y los perros
de la tristeza
aullan,
incansables,
debajo
 de mi ventana,

y cuando
la tarde
trae
un frío
helado
y ni los libros
ni el teclado
ni los amigos
bastan
para exorcizar
la soledad,

y cuando
la gente
que me quiere
y la que no
me quiere
está
demasiado
ocupada,
o distraída,
o, sencillamente,
no acierta
a entenderme,

y cuando
el peso
del no saber
y de las heridas
abiertas
y de las exigencias
sin término
de la vida,
me resulta
insoportable,

y cuando
Dios,
según
su inveterada
costumbre,
anda
silencioso
y ausente,
o engolfado
en sus asuntos,
o desaparecido
en su divina
inexistencia,

estoy
en aprender
a refugiarme
en la ermita
pequeña
de mi corazón,

en la habitación
interior
donde una yo
más sabia
que yo misma,
tiene amor
y compasión
y una ternura
cálida

para el cansancio
y el miedo
y el esfuerzo
de una Amelia
que lo sigue
intentando,

de una Amelia
que no deja
de intentar
hacerlo
lo mejor
que puede.

A.S.

2 comentarios:

  1. Cuando toda esa gente no está, duele de narices. Pero si eres capaz de "tocarte" aunque sea sólo un instante, si eres capaz de descubrir que existes... Eso no tiene precio. O sí: el puñetero camino hasta llegar ahí.

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  2. Sí. Duele. Y también se aprende.

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