"Ahora se pone de manifiesto la paradoja, constante a lo largo de la historia... que separará a Oriente de Occidente, pues cuando la visión cósmica se desvanece y los dioses ya no son meros administradores de un orden matemático, sino creadores omnipotentes y libres de un orden comparativamente arbitrario -personificaciones con los rasgos de la paternidad, sometidos a caprichos, a la ira, el amor y otras pasiones-, desaparece esa complejidad mística caracterizada por la dignidad y la madurez, las majestuosas perspectivas y la seguridad espiritual; pero, por otra parte, sale a la superficie un factor ético humanizador y personal que faltaba en el caso anterior. Allí encontramos no dualidad, paz espiritual e inhumanidad; aquí, tensión, dualidad y sentimiento de exilio; no el rostro del mero funcionario, sino del individuo autónomo con libre albedrío, capaz de cambiar el destino y, por tanto, responsable ante sí mismo, la humanidad y el futuro, no ante el cosmos, la metafísica y el pasado. Esa es la barrera que separa los dos hemisferios, este y oeste, desde aquí hasta el cielo, el infierno y más allá."
(J. Campbell: Las máscaras de Dios)
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