Saber que, al igual que tú, que él y que el vecino del octavo, no soy más que naturaleza en desarrollo (o dios en expresión, que viene a ser lo mismo), y que mis, tus, sus posibilidades de elección son aproximadamente las mismas que las de un pedrusco estelar en so órbita, debería bastar para acabar con cualquier rastro de mi, tu, su orgullo, si no fuera porque ese orgullo forma parte, aquí y ahora y como todo lo demás, de esa naturaleza en desarrollo o dios en expresión.
Un cierto alivio, también, en el corazón de la paradoja.
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