Cuando se convenció, más allá de toda duda, de que ningún hombre, ninguna vocación, ningún trabajo, ningún placer, ninguna militancia, ninguna actividad, ninguna ideología, ninguna religión, ninguna creencia, ninguna práctica, ningún nada en absoluto por ella conocido iba a aproximarla un solo milímetro al objeto ignorado de su búsqueda, no le quedó mucho más que hacer, excepto seguir su vida día a día, lo mejor que supo.
Y punto.
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