lunes, 18 de marzo de 2013
En la encrucijada
Aún conociendo que el momento se iba acercando, que cada paso inevitable por el inevitable camino lo iba aproximando sin remedio, había preferido no mirar demasiado, no pensar demasiado, no hablarlo demasiado ni aún consigo misma. Había tenido tanto a lo que atender, en un recorrido en el que le estaban saliendo al paso las consecuencias de todo error, de toda irreflexión, de todo asunto dejado sin completar o para luego, por ignorancia, cobardía o simple agotamiento, que no le había sobrado un gramo de energía para nada más. Pero allí estaba, a la vista de la encrucijada, abocada a la elección de una dirección u otra, sabiendo que esa decisión determinaría su vida y otras vidas, y que no habría tiempo ni oportunidad para rectificar. Así que se sentó a la sombra del árbol que marcaba la bifurcación y rezó. No tenía idea de a quién o a qué se dirigía, si es que no lo hacía simplemente a sí misma, pero rezó pidiendo amor y claridad. Y esperí, consciente de que la espera podía ser muy larga.
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