Una de las cosas que se aprende cuando te sientas a la cabecera de gente que está mirando cara a cara a la muerte, es que la única opinión sobre uno mismo que verdaderamente importa, es la propia, y que el único respeto por el que vale la pena esforzarse, es el autorrespeto.
Porque algún día seremos nosotros, todos y cada uno, los que estaremos en la cama de un hospital, en situación de afrontar nuestro fin.
Y, a la luz implacable de la muerte, y tanto si queremos verlo como si no, todas las justificaciones se deshacen, todos los autoengaños se desmoronan y todas las cosas adquieren su auténtico tamaño.
En la hora final de la propia verdad.
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