Somos animales éticos.
Si no podemos, no sabemos o no queremos responder a la exigencia insobornable de nuestra ley interna -la nuestra, la real y verdaderamente nuestra, coincida o no con nuestro deseo- perdemos peso, centro, hondura y densidad.
Perdemos la oportunidad de construirnos en aquéllo que nos valida como seres humanos. Aquello que íntimamente sabemos que debemos ser.
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