jueves, 20 de diciembre de 2012

Una pureza ciega

Ah, sí,
venías
de una oscuridad fría,
de una maleza
sembrada de ojos fijos.

Venías
de los bosques salvajes de mi alma.

Traías una canción antigua,
más antigua y más mineral
que el primer hombre, el primer animal, la primera piedra
salidos
de la mano de un Dios
que todavía no sabía serlo.

Venías
de una pureza ciega,
impenetrable
a todo lo que no fuera ella misma.
Ella, anterior a la forma,
al modelo,
al ser de cualquier cosa,

contenida
en su propio fulgor.

A.S.

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