Ah, sí,
venías
de una oscuridad fría,
de una maleza
sembrada de ojos fijos.
Venías
de los bosques salvajes de mi alma.
Traías una canción antigua,
más antigua y más mineral
que el primer hombre, el primer animal, la primera piedra
salidos
de la mano de un Dios
que todavía no sabía serlo.
Venías
de una pureza ciega,
impenetrable
a todo lo que no fuera ella misma.
Ella, anterior a la forma,
al modelo,
al ser de cualquier cosa,
contenida
en su propio fulgor.
A.S.
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