(A C., que no pensaba en morirse)
Años
de acompañarte.
De reencontrarme con tu cuerpo largo,
la masa de tus rizos,
la ternura,
la vibración ligeramente histérica,
de tu voz, de tu risa,
tu tantas veces disculparte
por no saber
-cincuenta años de intentarlo-
vivir
con naturalidad,
en tu pellejo.
Confesiones
-buscando aprobación en mi mirada-
al otro lado de la mesa.
Citas
más o menos mensuales
que interrumpió la muerte.
Son historias
del hospital.
Te has muerto
así, sin avisar,
sin avisarte,
tu forma
desgarbada
diluida,
perdida en las entrañas
de la muerte.
Ni siquiera he llorado.
Tantas muertes,
cómo llamarlas,
laborales.
de gente
que venía
y ya no viene.
Te has muerto, simplemente,
y me pregunto
dónde andarán tu duda,
tu dolor,
tu búsqueda incesante,
tu vacío,
tu frágil equilibrio,
tu tristeza,
en qué bosque
nublado
de la muerte
has plantado tu casa,
ahora que ya no acudes
al hospital.
(De Historias del hospital)
A.S.
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