Deberían estarse quietos, los recuerdos.
Debería parecerse el pasado a un museo, con sus cuadros obedientemente colgados cada uno en su lugar.
Un museo por el que pasearse, tal vez, los domingos por la mañana, cuando no hay gran cosa que hacer y apetece salir un rato de la casa del presente.
Pero no son así las cosas.
Pareciera más bien estar constituido de una sustancia móvil, fluida, que va tomando nuevas formas según transcurre el tiempo y se hace cada vez más pasado todo lo que pasó.
Una materia casi líquida, la memoria, capaz de toda case de modificaciones, eso sí, muy lentas, apenas perceptibles a la mirada, como el avance de las manecillas del reloj.
Así, de imagen en imagen, se va remodelando de continuo la película de nuestra vida, esa vida que, como decía un poema leído no sé dónde, nadie sabe, realmente, lo que es.
Aunque nos apasione.
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