El concepto de Saturno como una especie de desgracia inevitable, o de servicio militar ineludible, o de curso duro y aburrido que hay que aprobar para que nos den el ticket para lo verdadrramente interesante, no deja de ser, además de una falta de respeto, y una absurda toma de partido por nuestro limitado entendimiento de "lo agradable", síntoma de una absoluta falta de comprensión de lo que significa ese espléndido arquetipo del Señor del Umbral.
Saturno rige la encarnación. La encarnación en todos sus aspectos y niveles. Es por ello, probablemente, que la tradición hace nacer al Cristo encarnado, y a muchos otros avatares, bajo el signo de Capricornio.
Saturno rige la encarnación, y en ese acto de encarnar castra la Idea, el Verbo, la aerea creación uraniana, haciéndola inevitable, hermosamente, carne y materia.
Y aún más: Como Señor del Karma, Saturno crea inercia, porque eso que se encarnó, esa ya criatura encarnada, genera, con su solo existir, actos y consecuencias, para sí y para todos -para el Todo-.
Pero ese ser así las cosas, ese suceder que hay Saturno y encarnación y consecuencia, no está ahí "para mí". No es mi entrenador personal. No se ha creado como escuela para que yo me matricule, y aprenda aplicadamente y al fin desaparezca en una apoteosis iluminatoria.
Saturno es, y punto. Como yo. Como tú. Como todo.
Y luego... está el otro pilar.
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