He soñado mi vida. Me lo he inventado todo. Nada de todo esto existe, salvo mi miedo, la codificaciøn de mi miedo. Mi vida es la representación de este miedo. Cuando un psiquiatra competente -si es que ello existe- me pide que dibuje un árbol, ve las ramificaciones de mi miedo. Si le muestro las fotos de mi mujer, de mis hijos, de mi perro, de mi casa, de mi coche y de mi cuerpo, no ve más que mi miedo. El miedo que me ha hecho comprar una mujer, una amante de ese color, un perro de esa raza, que me ha hecho fabricar hijos, trabajar para ser rico o pobre, tener tal forma de casa, pintarla de tal color, que me hace vestirme, sostenerme, respirar, hablar, presentarme de tal manera, que me vincula a tal idea político social, a tal gusto literario o cinematográfico. Todo mi miedo que actúa con todo su esplendor.
No hay crítica.: lo constato en mí. No puedo hacer otra cosa. No es como si pudiera funcionar sin miedo. Me doy cuenta de que la vida que he creado, las capacidades que he intentado desarrollar -la fuerza, el coraje, la inteligencia, la espiritualidad, la meditación, la sabiduría u otras pamplinas-, todos estos elementos los he desarrollado para no enfrentarme a la emoción que habita constantemente en mí.
Para huir de esta evidencia que me muestra mi total inadecuación, he creado un mundo en el que pretendo tener una capacidad. Entonces me convierto en un buen marido, un buen cristiano, un buen amante, un buen ciudadano, un buen padre, un buen budista... todo ello para pretender existir. De golpe me despierto, me doy cuenta de que ahí no había más que pretensión, que no soy nada de todo ello.
Esta emoción la conocemos todos, cuando estamos superados, sumergidos por algo. Cuando nos pasa tenemos la mala costumbre de decir: "Es una emoción, pierdo el control, voy a intentar calmarme, tomar un tranquilizante, hacer yoga para expulsar la emoción". Al contrario, ese momento de humildad, de no saber, esta abdicación, es el auténtico no saber, la auténtica seguridad,"
(Eric Baret)
SÍ.
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