El río, que venía hasta ayer turbio de lluvia recién caída, trae ahora un agua -es ahora un agua- de transparencia viva.
Va llegando la noche.
Advierto, sorprendida, que está abierta la puerta de la ermita de abajo. Debe haberse olvidado la mujer que la cuida.
Entro. Alta en su hornacina, la imagen de la Madre. La saludo -Salve-, busco unas monedas y prendo, sin palabras, unos velones rojos.
Por los vivos. Por los muertos. Por los que amo.
Salgo a la noche y la tierra y el frío.
Todo está aquí.
Siempre, en todas partes, es aquí.
Velas votivas.
Anochecida.
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