"El nacimiento de un hijo constela siempre en la mujer el sentimiento de la mortalidad, porque ya no es una niña eterna. Ahora es una madre, y está firmemente plantada en la continuidad del tiempo. Con frecuencia, a esta confrontación le sigue una depresión. A veces, a la nueva madre se le hace imposible renunciar a su matrimonio con el padre-espítitu, y por eso proyecta sobre el bebé la famtasía del niño divino. Entonces el padre real es dejado de lado, y la madre intenta reivindicar a su hijo como si fuera un dios y lo convierte en receptåculo de sus propias fantasías de inmortalidad y grandeza. En este sentido, la puella puede ser una madre muy destructiva si el embarazo y la maternidad no han conseguido ponerla en contacto con el principio de la Gran Madre que opera a través de su cuerpo."
(Liz Greene)
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