martes, 10 de junio de 2014

El vestido rojo

Se había comprado, muy consciente de su inutilidad, un vestido de fiesta rojo, precioso, del que se había enamorado a primera vista, y ello a pesar del hecho innegable de que eran poquísimas las fiestas a las que asistía.
De vez en cuando necesitaba hacer cosas así, sencillamente porque sí, por pura alegría de vivir y de poner algo hermoso y frívolo y sensual en una vida que en ocasiones se vencía en exceso hacia lo serio y lo profundo.
Pero era una mujer, y le encantaban el juego y el placer y el dejarse llevar por el impulso.
Y, cuando volvía a casa con su gran paquete, recordó con una sonrisa la suave reconvención de un hombre maduro y sabio al que admiraba, hacia un marido impaciente, irritado por la afición de su pareja al shopping: "Son mujeres. Deja que se comporten como tales." Y había amor y respeto a la femineidad en sus palabras.

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