Los silenciados
Gil-Manuel Hernández i Marti
desdelafrontera17.blogspot.com.es
("Las espigadoras", de Jean François Millet, 1857)
"En todas las grandes tradiciones filosóficas y espirituales el silencio es a un tiempo virtud y práctica transformadora. El silencio es requerido para meditar, para aletargar la incesante danza de los pensamientos, para sumergirse en otra realidad, más profunda y crucial, para atisbar el propio fondo y obtener paz, serenidad y lucidez crítica. El silencio es, pues, requisito necesario para un habla trascendente destinada a convertir el mundo en algo mejor. Sin embargo, desde la perspectiva del poder, el silencio sirve para acallar las voces de la diversidad, las voces de protesta, para reprimir, humillar y trazar el límite de lo tolerable, de lo políticamente admisible. Con el silencio se compran voluntades, se distorsiona la historia, se ocultan los hechos molestos, se construye la paz de los cementerios. Desde la óptica del poder, el silencio represivo es la condición esencial para seguir acumulando más poder. Un muro donde todo se estrella, mientras se impone la "verdad" de los vencedores.
Por donde miremos la estrategia política del silencio es visible. Y, bien paradójicamente, dicha estrategia precisa de la estridencia autoritaria de los gritos y el ruido social, que los medios difunden con programas de falsos debates y algarabías tan bulliciosas como vacuas. Tertulianos en plena porfía chillona, discusiones acaloradas por temas banales, griterío de zafiedades para aturdir todavía más a un espectador atrofiado por tanta presunta información, condicionado además a hablar de vaguedades. Por ello el silencio espiritual o filosófico que induce a un "darse cuenta" de los velos que distorsionan la realidad es altamente incómodo. Por ello tiende a ser destruido con toda suerte de cacofonías.
No nos engañemos: el silencio potencialmente reflexivo es peligroso, subversivo. De modo que se impone el ruido desmobilizador, lanzado como una red sobre aquellos que están siendo sistemáticamente silenciados y quizás querrían hablar. De hecho hay pocas situaciones tan estimulantes como ver qué ocurre cuando se da la voz a los que habitualmente carecen de ella, salvo para expresarse en sus más íntimos círculos. Y aún con todo son contadas las ocasiones en que ello sucede a gran escala, como ocurre en las investigaciones comprometidas de los científicos sociales y periodistas de raza, habitualmente relegadas al ostracismo de lo que no está de moda, o en las eclosiones sociales, que llenan las plazas de cosas que se dicen con rabia, de tan difícil como era poderlas decir.
Verdaderamente hay algo fascinante en lo que alguien habitualmente silenciado puede llegar a contar y recordar, pese a que ese alguien esté tan asediado por complejos, traumas, distorsiones y ilusiones como todos los demás. El simple hecho de hablar tras un silencio forzoso se torna relevante, y las frases que salen de su boca adquieren una frescura, una calidad y hasta una hondura que jamás hubiéramos sospechado. Y es entonces cuando entendemos porqué a esa gente normal, a esa gente común y ordinaria, se la quería callada, silenciada, obligada a cargar con un yugo de ruidos y gritos regulados por el poder, desprovista de habla, sumisa y encerrada en sí misma.
Lo silenciados no se entienden sin los silenciadores, quienes en el fondo temen tanto que hablen los habituados a callar como que se silencien voluntaria y reflexivamente los estimulados a parlotear de trivialidades, también víctimas de otra forma sutil de callar aquello que verdaderamente se quiere silenciar: el tesoro de un pensamiento propio, limado por el silencio voluntario transformador y presto para la palabra impugnadora. Para los silenciadores la política a imponer está clara: o el silencio o el habla inofensiva. En consecuencia, para los silenciados la alternativa es el silencio autoindagatorio y el habla decidida. Porque hay silencios y silencios, silencios donde todo se calla para que otros no se callen jamás, y silencios fructíferos que facultan para poder interpelar, con palabras auténticas y cargadas de razones, a los que solo promueven la cara obscena del silencio."
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