A mil trescientos metros de altura, en una noche sin luna, de cristal y viento, los cielos
del invierno arden como antes, como nunca, fuegos de escarcha blanca y luminosa.
Parada en medio de lo oscuro, bebo frio y belleza, y no puedo arrancarme de alli, a
pesar de la cara y las manos insensibles, de los pies dormidos sobre la tierra helada.
Es la belleza implacable de la naturaleza que nos deja extasiados porque es más verdad que cualquier sofisticada obra humana.
ResponderEliminarRecobrarla en este año que va a empezar debe ser nuestro propósito de vida
La belleza implacable. Si.
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